Ciencias Sociales España , Salamanca, Jueves, 22 de junio de 2006 a las 14:23

La hora de los 'cajales’

Artículo de divulgación de Eva Martín del Valle, investigadora Ramón y Cajal del Departamento de Ingeniería Química de la Universidad de Salamanca

Es bien conocido por todas las sociedades que la Institución Universitaria es crucial en el desarrollo y progreso de un país, ya que su misión consiste en el desarrollo del conocimiento, (investigación) y en la transmisión del mismo para el buen ejercicio profesional (enseñanza); siendo por ello por lo que cualquier país intenta que sus Universidades sean de calidad.

 

Recientemente ha sido publicada la clasificación de Universidades de todo el mundo que elabora el Instituto de Educación Superior de la Universidad Jiao Tong de Shanghai y así nos encontramos que España, que cuenta con un gran número de Universidades, ninguna de ellas aparece entre 100 primeras del mundo. Los datos no pueden ser más elocuentes: Las 20 primeras son estadounidenses; en las 50 primeras sólo hay 5 europeas y para encontrar la primera española, debemos acudir al puesto 153.

 

¿Cómo podríamos poner alguna Universidad de España entre las mejores del mundo? Para hallar la respuesta (simple pero dura de poner en práctica), basta fijarse en qué hacen las mejores universidades del mundo para serlo.

 

Fijémonos, pues, qué tienen en común Harvard, Berkeley, Stanford o Cambridge, que se encuentran dentro de las 20 primeras, unas públicas y otras privadas (pero todas muy subvencionadas por el Estado mediante diferentes formas). Salta a la vista que en estas Universidades trabajan los mejores investigadores y que básicamente es esto lo que las convierte en centros de elevado reconocimiento. Así, la excelencia de la formación que proporcionan estas Universidades está automáticamente garantizada por la calidad científica de los profesores, condición necesaria para desarrollar una actividad docente y formativa de calidad. Siendo el secreto de las mejores Universidades tan sencillo, habría que preguntarse por qué nuestras Universidades no hacen lo mismo. Se sabe que España tiene un importante déficit en personal investigador respecto a la media europea, y que una de las mejores estrategias para paliar las crisis sectoriales, fruto de la globalización, es invertir en Investigación y Desarrollo (I+D).

 

En este contexto se instaura en 2001 el Programa Ramón y Cajal que ha permitido animar y atraer a muchos investigadores a nuestros laboratorios, generando un colectivo de cerca de 2.500 científicos, contratados por cinco años, capaces de competir en foros nacionales e internacionales y que, en buena medida, constituyen nuestro futuro científico.

 

No es tarea fácil formar al personal investigador que, como el buen vino, necesita tiempo y de un entorno adecuado para madurar. En general, estos investigadores han necesitado cuatro años de una beca predoctoral, una estancia postdoctoral en el extrajero, han desarrollado su formación en importantes multinacionales y finalmente los cinco años de contrato Ramón y Cajal.

 

Por primera vez tenemos una bolsa de científicos que entran en el sistema sin pasar por el funcionariado y, además, pueden competir por conseguir proyectos. Y los consiguen. Crean líneas de investigación, tienen becarios, dirigen tesis. Por supuesto, no en todos los casos. No hace falta entrar a enumerar los obstáculos: falta de medios, dinero, espacio, etc. Pero la posibilidad, por primera vez en España, está ahí, y se aprovecha. Es difícil expresar en palabras el resquebrajamiento que esto supone en nuestro sistema de ciencia. Y lo básico que es para nuestro futuro.

 

En Europa, y más aún en España, se acusa a los científicos de no contribuir en la medida de su capacidad a la transferencia de tecnología a la industria. Pero el sistema tradicional español no fomenta la independencia y la capacidad de arriesgarse. Premia el acomodo, y el jugar seguro, esperando esa plaza que depende en muchos casos de la lealtad, la capacidad de espera etc. Necesitamos premiar la independencia, necesitamos favorecer a quien intenta llevar a cabo líneas de investigación propias. Por tanto, parece lógico pensar que España debe aprovechar a estos contratados Ramón y Cajal para conseguir una universidad moderna que debe ser una universidad «de investigación», indispensable para garantizar la calidad de la enseñanza.

 

En conclusión, la consolidación de la investigación en España, que nos pueda situar en niveles de las mejores Universidades del mundo, pide una mayor inversión pública y privada y una concienciación real de que las Universidades no son sólo centros superiores de enseñanza sino también centros de investigación que necesitan incrementar y consolidar sus recursos humanos.

 

El programa Ramón y Cajal, con todas sus limitaciones, constituye un éxito sin precedentes en todos estos puntos.