Investigación Universitaria ¿Estamos en el camino correcto?
En nuestros días la publicación de artículos en las revistas especializadas es muchas veces, más que un medio para dar a conocer unos resultados, un fin en sí mismo. Este fenómeno se entiende en el marco de la institucionalización de la Ciencia como una profesión más, con sus propias normas internas y sus mecanismos de evaluación y promoción. En los países más desarrollados el número de titulados superiores, incluso de doctores, ha crecido espectacularmente y existe una competencia feroz por ocupar los puestos científicos y docentes en las universidades y centros de investigación.
El resultado neto es un incremento notable en la cantidad de literatura académica, lo que se traduce en unas pérdidas cada vez mayores de tiempo por parte de los científicos para localizar la bibliografía relevante de un tema determinado. Muchas veces, para encontrar un resultado interesante es preciso leer decenas de artículos que aportan poco o nada a un tema. Es una técnica habitual dividir cuidadosamente los resultados de un trabajo de investigación en la mayor cantidad posible de "unidades mínimas publicables". Estas "unidades mínimas publicables" se distribuyen por diversas revistas. Otra técnica consiste en enviar casi los mismos experimentos y resultados, con alguna modificación o estudio adicional prácticamente irrelevante, a varias revistas diferentes. Por otra parte, muchos estudios pilotos y pruebas preliminares que, en rigor, no merecerían los honores de ser publicados, se envían sin ningún remordimiento a revistas menores, que sobreviven alimentadas por este tipo de trabajos de baja calidad. De hecho, muchas revistas científicas parecen estar más al servicio de los autores que de los lectores. Sin embargo, y a pesar de todo, la mera producción masiva ya no sirve para conseguir la promoción académica, de forma que es posible "publicar y morir". Una parte de la solución a este problema consiste tal vez en favorecer la calidad frente a la cantidad.
Se atisban ya algunos signos positivos. Así, por ejemplo, la Universidad de Harvard sólo admite cinco publicaciones en los currícula vítae de los aspirantes a profesor. Igual criterio se sigue en España en la evaluación de la actividad investigadora que realiza la Comisión Nacional Evaluadora de la Actividad Científica. Siempre ha sido más fácil evaluar y medir la cantidad de las contribuciones que la calidad de las mismas, lo que ha dado lugar a una tendencia a publicar casi cualquier cosa a toda costa. Son varios los indicadores que demuestran esta tendencia.
Por una parte, el número medio de autores que firman los artículos científicos recogidos en las bases de datos ha ido creciendo de manera continua desde hace décadas. Así, por ejemplo, en 1955 el número medio de autores por artículo indexado en las bases de datos del Institute for Scientific Information era de 1.83, mientras en 1980 era de 2'56 y en 1999 fue de 5'9.
Sin embargo, otra de las razones del incremento en el número medio de autores está relacionada con la tendencia a incluir en los artículos a todos los miembros de un equipo hayan o no participado en el trabajo. Además, en muchos grupos de investigación existe la costumbre de que el director del mismo figure en todas y cada una de las contribuciones científicas que se generan, aunque no haya colaborado directamente en el trabajo. A veces, sin embargo, se producen situaciones inesperadas cuando alguno de los autores más o menos gratuitos se ven implicados en asuntos muy desagradables. El caso más reciente es, sin duda un premio Nóbel de Medicina que ha pasado un auténtico calvario de varios años al tener que responder de unas supuestas manipulaciones de las que se acusaba a una colaboradora suya en un artículo en el que él aparecía como firmante, y del que el dicho Premio Nóbel no tenía conocimiento.
Como consecuencia, para tratar de apaliar este grave problema, ya hay mas de 500 revistas que se han adherido a los principios denominados” Requerimientos uniformes para los trabajos enviados a revistas científicas”. Según estos requerimientos, sólo deben figurar como autores de un artículo las personas que hayan realizado contribuciones significativas en las siguientes tareas: Concepción, diseño o análisis e interpretación de los datos. Escritura y revisión crítica del trabajo relativa a contenidos intelectuales. Aprobación final de la versión que se va a publicar.
Además, ante el incremento de los casos de fraude, muchas revistas exigen ahora un acuerdo escrito de todos los autores que figuran en el trabajo reconociendo su participación y responsabilidad en el artículo realizado. Y es que, ciertamente, algunos científicos parecen tardar menos en escribir artículos que la mayoría de nosotros tardamos en leerlos.
Las descripciones anteriores hacen que la evaluación objetiva de las contribuciones académicas resulte difícil y que se hayan desarrollado tecnologías de la evaluación en un intento por mitigar los inconvenientes anteriormente descritos.
En 1992 el Institute for Scientific Information publicó una relación de los 20 científicos más prolíficos del mundo. El químico ruso Yury Struchknov encabezaba el ranking con 948 artículos como autor o coautor entre los años 1981 y 1990. Esto significa un artículo cada 3'9 días. El bioquímico inglés Timothy Peters ocupaba el último lugar del top-20 con un artículo cada 11'3 días. Ciertamente, algunos científicos parecen tardar menos en escribir artículos que la mayoría de nosotros tardamos en leerlos.
“Los argumentos prueban bien, pero los hechos prueban mejor”