Medio Ambiente España , Salamanca, Martes, 12 de junio de 2012 a las 17:48

Actualismo y Cambio Climático

Artículo de Opinión de José Abel Flores, catedrático de Micropaleontología y Oceanografía de la Universidad de Salamanca y Premio Castilla y León de la Protección del Medio Ambiente

DICYT diados del siglo XIX Sir Henry Hutton expone los argumentos que llevarán al enunciado del principio del Actualismo, uno de los pilares metodológicos en que se sustenta la Geología. Este principio dice que “en el presente se encuentra la clave del pasado”. Junto a esa idea se reconocía la complementaria de Uniformitarismo, que rompía con la de que la historia del Planeta y su semblante habían sido producto de episodios catastróficos. Estas asunciones, transcritas en la obra de distintos especialistas y pensadores, fueron leídas por Darwin (literalmente absorbidas), contribuyendo sin lugar a dudas a confeccionar el ideario que expondría a lo largo de su vida y que revolucionaría ciencia y pensamiento. El propio Darwin en su primera obra, más geológica que biológica, The Structure and Distribution of Coral Reefs, hace una interpretación que en términos modernos podríamos denominar “paleoclimática”.

 

La Paleoclimatología y su hermana pequeña, la Paleoceanografía, son ciencias en las que existe una marcada interdisciplinaridad, si bien su esencia es histórica en tanto y cuanto examina y trata de explicar el clima del pasado. Sin embargo, acontecimientos globales como es el caso del denominado Cambio Climático y su análisis, en concreto el potencial efecto que el ser humano, la sociedad en desarrollo postindustrial, hayan podido determinar, están dando lugar a que los principios a que me refería, los propios de las Ciencias de la Tierra, deban ser revisados.

 

La Paleoclimatología está centrando buena parte de su esfuerzo en la búsqueda y explicación de episodios que reproduzcan escenarios en los que la concentración de dióxido de carbono, temperatura ambiental, caracterización de los casquetes de hielo, etc., sean similares a los que modelizadores del clima proponen en un futuro no muy lejano empleando datos observados en las últimas décadas. Busca “archivos” en los que extraer señales que nos muestren momentos cálidos o fríos, con mayor o menos concentración de gases invernadero, diferentes a los “conocidos” desde que existe registro instrumental (no más de un siglo), y cómo era entonces el desarrollo de las masas oceánicas o de la cubierta vegetal de los continentes, evidencias de situaciones que puedan llegar a reproducir las que lleguen a darse si alguno de los parámetros que define y determina el clima se ve sustancialmente modificado en uno u otro sentido. Se vuelca en desentrañar cuáles son los procesos y mecanismos que han controlado la evolución climática de la Tierra para mostrar cuál es la impronta del sistema una vez se detrae el efecto humano, algo complejo pero que ha mostrado avances incuestionables tal y como puede constatarse en los informes del IPCC (Panel Intergubernamental para el Cambio Climático).

 

De este modo, una ciencia histórica, centrada esencialmente en el estudio de sedimentos oceánicos, estalagmitas o hielo de los glaciares, está siendo empleada como referencia para sentar el punto de partida de los modelos que tratan de reconstruir la evolución climática de los próximos siglos, sus efectos y los tiempos de respuesta. Toda una paradoja frente a las ideas de Hutton, que quizás deberían ser matizadas o ampliadas (no digo reformuladas), pues esta nueva perspectiva nos está apuntando que “en el pasado está la clave del futuro”.

 

Por coherencia, el término correcto para este nuevo principio sería “Futurismo”, lamentablemente ya acuñado. El 20 de febrero de 1909 Filippo Marinetti, un extravagante escritor, publicaba el Manifeste du Futurisme, obra y doctrina seguidas por un no despreciable número de artistas e intelectuales europeos y americanos hasta bien entrado el siglo XX, en donde, y vean aquí las contradicciones (¿o coincidencias?) que nos puede deparar la historia, se hacía un claro alegato, yo diría que un culto, a la máquina y sus productos, al triunfo de la tecnología sobre la naturaleza. Una vez se lee el Manifeste, si Marinetti y su grupo de excéntricos amigos viviese en la actualidad, como incuestionables provocadores y detractores del sistema establecido, no me extrañaría que los documentos que escribiesen expresasen justamente las ideas contrarias, y sus pinturas reprodujesen -como su habilidad artística diera a entender- la grandiosidad del cada día más escaso bosque, en lugar de motocicletas y chimeneas humeantes. El fondo sonoro sería los compases de sinfonías que interpretasen la melodía de la naturaleza o del ya imposible silencio, en vez del traqueteo de una locomotora.