Investigadores de León y Salamanca emplean bacterias autóctonas para producir boletus en jarales
ULE/DICYT Biotecnólogos, ingenieros y botánicos de las universidades de León (ULE) y Salamanca (USAL), con la colaboración de dos empresas tecnológicas de León, están obteniendo resultados muy prometedores en un proyecto de investigación del MINECO que ha demostrado que la clave para extender la producción del hongo ‘Boletus edilus’ a jarales en los que no se produce de manera espontánea, está en utilizar bacterias autóctonas, para formar una asociación a tres bandas entre el hongo, la planta y la propia bacteria.
Este trabajo se inició en el 2014 con la financiación del Plan Nacional de Ciencia y Tecnología, a través del Programa Retos-Colaboración 2014-2017, ha permitido que se prueben cientos de bacterias autóctonas, y está suponiendo un importante avance frente a las tecnologías desarrolladas hasta este momento.
Representante de las entidades que participan en el proyecto, Fernando González Andrés (ULE), Encarna Velázquez (USAL), Álvaro Péix (CSIC-Salamanca), y Juan Antonio Sánchez y Daniel Blanco, de las empresas IRMA y BYDT respectivamente, han explicado que el objetivo que persiguen es el de “producir boletus en los terrenos adecuados para el crecimiento de la jara, pero en los que de manera natural no se estaba produciendo”.
Repercusión económica de los resultados
Hay que tener en cuenta que el hongo ‘Boletus edilus’ aparece de forma espontánea en muchos jarales de la provincia de Zamora, en donde son conocidos como ‘zamoranitos’ y donde tienen un elevado valor comercial, pero en otros muchos jarales no se desarrolla el boletus y hasta la fecha no ha sido posible introducir la preciada seta para su explotación a nivel comercial.
Esta circunstancia lleva a los investigadores a avanzar la enorme repercusión económica que podría tener la extensión de la producción del hongo a otros jarales del centro-oeste de la península ibérica. “Existen otros trabajos, -argumentan-, que han inoculado boletus en plantas de diferentes especies y han logrado que el hongo perviva, pero la fructificación del mismo, es decir la producción de la seta a unos niveles viables desde el punto de vista comercial es todavía un reto”.
A este respecto los investigadores del proyecto se muestran confiados en los significativos avances que están consiguiendo, si bien señalan que “se necesitan como mínimo cuatro o cinco años desde que se termina la fase de investigación en laboratorio y ambientes controlados hasta que se puedan ver los resultados en campo, a nivel comercial”.
La estrategia que están siguiendo, y que diferencia este trabajo de otros emprendidos por otros grupos, consiste en la selección de bacterias autóctonas, que forman una asociación a tres bandas entre la planta (jara), el hongo (boletus) y la propia bacteria.
“La existencia de estas colaboraciones planta-bacteria-hongo, -explican-, se descubrió hace muchos años. En 1971 Bowen y Theodorou ya hablaron de ellas y lo publicaron en una prestigiosa revista internacional”. Luego, explican, en 1991 R. Duponnois and J. Garbaye descubrieron algunas de esas bacterias, les pusieron ‘nombres y apellidos’: Pseudomonas fluorescens, Bacillus amyloliquefaciens y algunas otras de estos mismos géneros y de otros, y genéricamente las denominaron ‘bacterias que ayudan a la micorriza’. “Hemos leído en algunos medios”, -comentan los participantes en este proyecto MINECO-, que las llaman ‘bacterias que alimentan al boletus’, pero eso es inexacto, ya que quien alimenta al boletus, -aclaran-, es la planta (en este caso la jara). La bacteria es un tercer ‘partner’ de esta asociación con una misión muy diferente y bastante más compleja”.
La importancia de utilizar bacterias autóctonas
La innovación de esta investigación en la que participa la ULE consiste en que se están utilizando técnicas biotecnológicas para probar cientos de bacterias autóctonas de la península ibérica en general, y de los jarales del centro-oeste en particular. “Hemos encontrado bacterias autóctonas, -explican los investigadores-, que funcionan mucho mejor que otras alóctonas (procedentes de otros lugares). La clave ha estado en analizar y probar cientos de bacterias, lo que ha sido posible porque nuestras Universidades y el CSIC tienen colecciones de miles de bacterias autóctonas, seguras y perfectamente caracterizadas, y además hemos aislado otros centenares durante el desarrollo del proyecto”.
Aunque las asociaciones entre plantas, hongos y bacterias se conocen desde 1971, son las técnicas biotecnológicas más actuales las que permiten encontrar estas bacterias, “son como encontrar una aguja en un pajar, -recalcan los científicos-, y sin la ayuda de las técnicas de biología molecular esto sería impensable”, lo que explica que un 50% del equipo esté formado por biólogos moleculares del más alto nivel europeo. La utilización de bacterias autóctonas es clave, porque de esta manera se garantiza su supervivencia y la protección del medio ambiente. “Imagínese, -comentan los investigadores-, lo que podría ocurrir en caso de que utilizar una cepa extranjera muy agresiva que alterase el equilibrio microbiológico del suelo, o una cepa que no fuera capaz de sobrevivir en el entorno en que se introduce. Nosotros hemos probado cientos de bacterias, y hemos conseguido encontrar algunas que superan claramente a lo que habían encontrado otros investigadores”.
Los investigadores recuerdan que en 2016 se publicó un trabajo de unos investigadores que habían utilizado en boletus una cepa de la bacteria ‘Pseudomonas fluorescens’ que fue aislada en América a mediados del siglo XX, y que fue utilizada en una patente para desarrollar un proceso de degradación de fibras vegetales (lignina). “Aunque consiguieron confirmar los resultados previamente obtenidos por otros autores, es decir, que hay asociación entre esa bacteria, la jara y el boletus, la bacteria es americana y no se debería introducir en suelos españoles para producir boletus, sino que lo apropiado es trabajar con bacterias autóctonas”.
En estos momentos el equipo de la ULE no puede dar a conocer la identidad (género y especie) de las bacterias con las que se está trabajando, porque se incumpliría con los compromisos del proyecto, pero los investigadores aseguran que “son autóctonas de la península ibérica, que es el ámbito de trabajo del proyecto y pertenecen a géneros y especies más eficaces que los que se habían descrito hasta este momento”.
Hay que apuntar finalmente que por parte de la ULE el equipo está integrado por los Investigadores del Instituto de Medio Ambiente, Recursos Naturales y Biodiversidad (IMARENABIO), Fernando González Andrés, Xiomar A. Gómez Barrios, Rebeca Mulas García, Raquel Pastor de los Bueis, y por el profesor Arsenio Terrón Alfonso, del Departamento de Biodiversidad y Gestión Ambiental, Botánica.