Alimentación Argentina , La Rioja, Lunes, 08 de febrero de 2010 a las 16:13

Investigadores argentinos idean un innovador método para medir el calor en las ciudades

Representa el porcentaje de la energía solar sustraída del ambiente y la cantidad de calor emitida como calor sensible

INFOUNIVERSIDADES/DICYT En general cuando se habla del problema del calentamiento global, se lo hace desde el punto de vista de su impacto agropecuario o económico. Sin embargo, no suelen tratarse sus efectos sobre la salud y la calidad de vida. Es por esto que docentes investigadores de la Universidad Nacional de Cuyo desarrollaron una metodología para medir el calor en las ciudades. Para ello, utilizaron el concepto de “valor ambiental”, que determina cuánto calor irradian los suelos, y así se genera la posibilidad de orientar el diseño en pos de urbes más frescas.

 

En las ciudades, el aumento del cemento por sobre los espacios verdes ya produce el llamado “efecto isla de calor”, con incrementos de hasta 10 grados en la temperatura. Podemos imaginar entonces los resultados de su combinación con el calentamiento global. Además, existen otras causas que suman al “infierno” en el que se convierten algunos poblados en verano: el deterioro del arbolado de calles y espacios públicos, la tendencia a cementar los nuevos parques y plazas, a aumentar la altura edilicia y la predisposición a embaldosar patios en las viviendas, entre otras. El resultado es evidente: la gente sólo puede mitigar ese calor pasando de un ambiente refrigerado a otro, con el consiguiente aumento de consumo de una energía escasa y cada vez más cara. “Vivir encerrados es una excelente manera de arruinar nuestra aún bastante buena calidad de vida urbana”, indica a InfoUniversidades el ingeniero agrónomo Sergio Carrieri, director de la investigación.

 

Carrieri observa que el calentamiento global ya produjo efectos inéditos en ciudades como Mendoza, tradicionalmente desértica: “En calles y jardines crecen algunos árboles y arbustos tropicales cuando diez o veinte años atrás era impensable. O se deterioran las hojas en los rosales sin saber a qué peste atribuirlo, cuando es el resultado del efecto combinado del sol y las mayores temperaturas, que las queman”. Por eso, propone revertir o al menos atenuar esta situación con una “planificación inteligente” de los espacios abiertos, tanto públicos (plazas, parques) como privados (jardines, patios).

 

“La única forma práctica conocida y recomendada por todos los organismos mundiales es interceptar los rayos solares con vegetación antes de que lleguen a superficies duras y se transformen en calor”, explica Carrieri. Como se sabe, las plantas se comportan como acondicionadoras del ambiente donde se encuentran. Reciben la energía solar y a través de la transpiración disipan la mayor parte del calor porque lo absorben con el agua de los tejidos y lo transforman en vapor.

 

Los investigadores advierten que se puede conocer cuánto calor va a producir un espacio urbano o cuánto va a anular, de acuerdo al tipo de vegetación que contenga. Es decir, el secreto es la planificación para crear ambientes confortables, con independencia del estilo adoptado.

 

“Al crear o modificar un espacio verde, debería aplicarse una metodología de selección de proyectos que garantice un beneficio ambiental por encima de un valor mínimo preestablecido”, reflexiona Carrieri, que con su equipo creó una tabla con valores de eficiencia ambiental de los distintos suelos posibles de encontrar en las ciudades. Ese valor representa el porcentaje de la energía solar sustraída del ambiente y la cantidad de calor emitida como calor sensible, en verano.

 

Método seguido

 

Para determinarlo, calcularon balances calóricos adaptando conceptos físicos sobre termodinámica y eco-fisiológicos, especialmente sobre evapo-transpiración. Así, en su tabla, la unidad de energía solar recibida o emitida se mide en Kilocalorías (Kcal) por metro cuadrado (1Kcal =1.000 calorías). Así, por ejemplo, una superficie de césped debajo de árboles grandes emite 557 Kcal por metro cuadrapo, mientras que en el otro extremo de la tabla encontramos asfalto viejo con sol directo, que irradia 6.400 Kcal por metro cuadrado.

 

“Es muy evidente que una superficie con césped y cubierta por completo de árboles tendrá siempre mayor valor ambiental que otras opciones -dice Carrieri-. Sin embargo por razones de funcionalidad deben combinarse diferentes tipos de superficie, por lo que las proporciones entre ellas nos ofrecen el verdadero valor ambiental de un espacio verde”. Como ejemplo, la investigación compara dos calles céntricas de Mendoza distanciadas una cuadra: Montevideo, con arbolado completo y en buen estado, emite 1.580 Kcal por metro cuadrado, mientras que el índice en Rivadavia -arbolado deteriorado- es de 4.819 por metro cuadrado. Expresado en “eficiencia ambiental” (porcentaje de calor que anulan), las cifras son de 80% y 39%, respectivamente.

 

“El arbolado de calles posee como función principal el aumento del confort humano en la ciudad. Mientras mayor porcentaje de calle y vereda sombree, mayores son los beneficios para vecinos y usuarios”, explica Carrieri y aconseja: “No deberían admitirse proyectos o remodelaciones de espacios verdes públicos con una eficiencia ambiental inferior al 74%, a los efectos de contrarrestar el efecto isla de calor y las consecuencias del calentamiento global”. En tanto, para el caso de las viviendas, observa que cubriendo un patio cementado con una enredadera puede ahorrar al usuario de la vivienda 3.792 Kcal por metro cuadrado, “que de lo contrario terminan calentando los espacios interiores de la casa y el entorno”, concluye.