Ciencia España , León, Viernes, 16 de enero de 2009 a las 17:33

El leonés medio de las edades Media y Moderna tenía una esperanza de vida al nacer de 26'2 años

Una investigación antropológica analiza 310 enterrados en la iglesia de Palat del Rey

Antonio Martín/DICYT El ciudadano leonés medio de entre los siglos XIII y XVIII tenía unas características físicas algo diferenciadas del que pasea actualmente por las calles de esta urbe. Era más bajito y no tenía muchas esperanzas de llegar a los sesenta años, ya que sólo tres de cada cien de sus contemporáneos alcanzaba los 60 años. Una tesis doctoral firmada por María Edén Fernández y codirigida por los profesores de la Universidad de León Luis Caro Dobón y Belén López ha realizado un estudio antropométrico de 310 personas enterradas a lo largo de cinco siglos en la iglesia de San Salvador Palat del Rey, en el barrio Húmedo de León. La investigación ha sido dada a conocer en una conferencia celebrada en el marco del ciclo Encuentros en el frío en el salón de actos del Ayuntamiento de León.

 

La investigación establece que los varones alcanzaban una estatura media de 1'63 metros y las mujeres llegaban a los 1'51 metros de estatura media. Al nacer, tenían una esperanza de vida de 26'2 años, y si superaban los 20, este promedio se elevaba a los 39'4 años. Hay que tener en cuenta que uno de cada personas no alcanzaban la etapa adulta de la vida, por la elevada tasa de mortalidad infantil de aquellas épocas (23% concretamente). De ahí las dos estimaciones de años de supervivencia. Sólo un 3% llegaba a la senectud, esto es, superaba los 60 años. "No había razones de clases sociales, más bien influía que durante la vida estos afortunados no hubieran tenido enfermedades, lesiones o circunstancias vitales severas", indica uno de los codirectores de la tesis, Luis Caro Dobón.

 

La tesis, titulada Marcadores óseos de actividad ocupacional en las poblaciones históricas de Palat de León (León) y Gormaz (Soria), establece una relación entre las poblaciones enterradas en ambos ámbitos, uno urbano y otro rural, a través de los marcadores óseos de estrés ocupacional que presentan los cadáveres. En el enterramiento en la iglesia de Palat del Rey había 310 individuos, mientras que en la población de la actual provincia de Soria se hallaban inhumados 185 vecinos. En el caso de esta localidad, se tomaron las muestras de los cuerpos que reposaban en la ermita de San Miguel, un templo románico construido en el XII al pie del castillo de Gormaz.

 

Entesopatías

 

A través del análisis de los restos óseos, Fernández estableció una relación de las enfermedades articulares que padecieron los ciudadanos leoneses enterrados en Palat del Rey y sus oficios. Este patrón, denominado entesopático, sólo se había realizado con anteriodad en España en poblaciones guanches. En la muestra leonesa, se comprobaron lesiones propias de aquellos trabajadores que realizaban movimientos arriba y abajo con los brazos, como los picapedreros, localizadas en el ligamento articular de la clavícula; de aquellos que movían en círculo los brazos como los carpinteros o los curtidores, ubicadas en el húmero; y de los que soportaban cargas o realizaban golpes fuertes como los herreros o leñadores, en el húmero, la escápula o el cúbito.

 

El análisis de los restos leoneses permitió identificar a esta población del actual centro urbano como preferentemente artesanal, y sus marcadores óseos de estrés ocupacional diferían de sus contemporáneos de Gormaz. Las diferencias de esas marcas en los huesos de los hábitos de trabajo de toda una vida se dejan ver en las extremidades superiores y, en menor medida, en las inferiores. El cementerio de Palat del Rey dependió en su origen de la parroquia de San Martín, una de las primeras gremiales en establecerse en León. Hasta 1830, en la que por cuestiones de salubridad se empiezan a construir los cementerios municipales, era habitual para los cristianos ser enterrados en las iglesias en las que eran feligreses o en sus proximidades. Aún es visible esta costumbre en muchos pueblos, en los que el camposanto está situado a un lado de la iglesia.

 

El equipo de investigadores del Departamento de Biodiversidad y Gestión Ambiental de la Universidad de León que trabaja en este ámbito está considerado como el laboratorio de referencia para estudios antropológicos para la Junta de Castilla y León en el territorio autonómico.

 

Las prácticas forenses del siglo XVI 

En el marco de la conferencia titulada Las huellas de la historia. La población de León a través de sus huesos (Palat del Rey), Caro Dobón y Fernández presentaron en sociedad los trabajos con dos momias de los siglos XIV y XVI, con las que los antropólogos de la Universidad de León han estado trabajando en los últimos meses. En el primer caso se trata de la momificación natural de Teresa Gil, una infanta portuguesa de la corte de Sancho IV de Castilla y León que fue enterrada en el monasterio de Sancti-Spiritus de Toro (Zamora). Los investigadores han llegado a determinar los rasgos físicos y algunas características de su vida a través de técnicas de la antropología física como el análisis de la fauna calavérica o mediante técnicas con radiografías y tomografías axiales computerizadas (TAC), realizadas en el laboratorio de Antropología de León. Se determinó que fue una noble de rasgos físicos mediterráneos, habituales en la población de la Península Ibérica, de entre 1'55 y 1'60 metros de estatura y cuya muerte fue crónica, aunque no determinada. Además, se observó que el cadáver, que actualmente pesa 4'07 sin la ropa que aún conserva, fue expuesto públicamente en el momento de su fallecimiento, por lo que da muestra de su rango social.
 

La otra investigación se centró en una mujer encontrada en una restauración de la capilla de los Reyes de la catedral de Palencia, enterrada en el siglo XVI. La fallecida fue embalsamada por tanatoprácticos, posiblemente a causa de su fallecimiento lejos de esta localidad. Debido a esta práctica, los investigadores han podido describir técnicas forenses de la época de los reinados de Carlos I y de Felipe II, como el uso de cal muerta para rellenar los espacios de los órganos extraídos en el embalsamiento, como el cerebro. "También sabemos que el tanatopráctico no era muy experimentado, puesto que hemos encontrado varias marcas en los intentos de apertura del cráneo", apunta Caro Dobón.