Una nueva guía describe los alimentos probióticos y efectúa recomendaciones sobre los más idóneos
RAG/DICYT Los alimentos probióticos son aquellos que albergan cultivos vivos de bacterias que resultan eneficiosos para el organismo, como resultado de la fermentación que producen en el intestino o de su contribución al mantenimiento del equilibrio microbiano intestinal. Una nueva guía, elaborada por María del Rosario García y Javier Rúa, ambos investigadores de la Universidad de León (ULE), describe la función que cumplen estos agentes en el cuerpo humano, detalla los productos en los que suelen estar presentes y ofrece una serie de pautas al consumidor para saber cómo elegirlos mejor. Detalla, asimismo, el marco legal en el que se circunscriben estos productos y recoge las nuevas tendencias y las principales vías de investigación abiertas sobre ellos.
En los últimos años, los conceptos básicos en nutrición han experimentado cambios significativos, y a la idea tradicional de “dieta adecuada” se le ha atribuido la condición de que incluya alimentos capaces de promover la salud, mejorar el bienestar y reducir el riesgo de enfermedades. En este nuevo ámbito han aparecido los alimentos funcionales, los cuales tienen como finalidad influir de manera positiva en una o varias funciones del organismo humano. Entre estos se encuentran los probióticos.
Javier Rúa, uno de los responsables de la publicación (Lo que usted debe saber sobre: los probióticos, editada por Caja España-Duero), ha explicado a DiCYT que estos microorganismos suelen formar parte, por lo general, de leches enriquecidas y yogures, aunque también pueden estar incluidos en otros productos. “Una vez que se ingieren, llegan al intestino, pero antes tienen que pasar toda la barrera del estómago y aguantar su pH. Una vez en el intestino, intentan colonizarlo, aunque para lograrlo se deben enfrentar a los varios millones de bacterias que se encuentran allí” y que dificultarán esta tarea, ha precisado.
Ya en el intestino, pueden contribuir al mantenimiento y restauración de la función de barerra, a la estimulación del sistema inmune, a la mejora de la disponibilidad de los nutrientes, al mantenimiento de la nutrición de la mucosa y de la circulación y a su correcto funcionamiento, en cuanto a la frecuencia de las deposiciones, recoge la publicación. Rúa ha incidido en que, no obstante, estas funciones sólo se cumplen mientras se ingieran los probióticos, pues estos no son un tratamiento que palíe el problema definitivamente.
Guía orientativa
Para asesorar al consumidor acerca de las verdaderas propiedades de estos productos, el libro reproduce una guía de la Asociación Científica Internacional de Probióticos y Prebióticos, en la que se incluyen una serie de pautas para ayudarle en su búsqueda de un probiótico “creíble”. Entre los asuntos que se explican se encuentra el de que diferentes cepas de incluso la misma especie de bacteria pueden tener propiedades diferentes, por lo que no se debe asumir que tengan los mismos efectos.
Asimismo, se advierte de que, en ocasiones, los fabricantes crean un nombre de marca comercial para la cepa que emplean en su producto, pero estos ni son nombres científicos ni reflejan la calidad del alimento en cuestión.
En el apartado también se advierte de que, para saber su efecto real sobre el organismo, los probióticos han de ser ensayados previamente en seres humanos para demostrar que son beneficiosos para la salud. En este sentido, el libro recoge una tabla en la que se muestran los efectos beneficiosos que producen según su grado de validación científica, y considera que está muy bien definida su relación con la prevención y tratamiento de la diarrea producida por rotavirus; con la prevención y alivio de la diarrea asociada al tratamiento con antibióticos; y al alivio de las molestias asociadas con la intolerancia a la lactosa.
La guía orientativa sobre el consumo de estos productos también recomienda contar con la aprobación de un médico si se pretende administrar de forma habitual alimentos probióticos a niños o a personas inmunodeprimidas o con enfermedades importantes.
La unidad de medida de los probióticos es “UFC”, la cual hace referencia a las unidades formadoras de colonias que albergan. A la hora de elegir un producto, el usuario debe saber si la cantidad de microorganismos que incluye es la misma que la que se demostró eficaz en los estudios clínicos. “Si tiene más UFCS no significa necesariamente que sea mejor”, añade.
Información en la etiqueta
La etiqueta del envase en el que se ubica el alimento debe informar, además de acerca de las UFC, sobre la cepa concreta que recoge el producto, el tamaño de ración idóneo, los beneficios para la salud que supone su ingesta, las condiciones de almacenamiento a las que se le ha expuesto y un contacto del fabricante.
Para los próximos años, Rúa ha avanzado que uno de los retos pasará por conseguir nuevos microorganismos, a través de la modificación genética o de la selección natural, con el objetivo de obtener especies que puedan aplicarse a desórdenes específicos de la salud o a requerimientos nutricionales. La publicación vaticina que es probable que también se trabaje en el desarrollo de nuevos productos probióticos a través del uso de la genómica. “Esta ciencia sobre los microorganismos revelará el potencial metabólico completo de cada una de las cepas”, sostiene.