Los conductores tienen mala memoria
José Pichel Andrés/DICYT El Grupo de Investigación Reconocido (GIR) en Memoria y Cognición de la Universidad de Salamanca estudia desde hace años diversos procesos de la memoria humana, especialmente, las abundantes distorsiones que sufre en condiciones normales. Una de estas líneas de investigación, en colaboración con expertos de Estados Unidos, le ha llevado a analizar lo que ocurre cuando una persona conduce un automóvil. Los experimentos demuestran que la eficacia para recordar información recibida en esta situación es muy baja.
“Está demostrado que hablar por teléfono produce problemas para conducir, no solo por utilizar las manos, sino por hacer dos cosas a la vez”, explica a DiCYT Ángel Fernández Ramos, investigador de este grupo de la Facultad de Psicología, que cita los estudios de David Strayer, de la Universidad de Utah. Sin embargo, “a nosotros nos interesa lo contrario, no solo que hablar por teléfono es malo para conducir, sino que conducir es malo para recordar lo que hablas por teléfono”.
Aparte del interés puramente científico, esta cuestión tiene aplicaciones muy relevantes, puesto que “el gran argumento de muchas compañías para incentivar el uso del teléfono en el coche es aumentar la productividad y nosotros estamos desenmascarando ese mito, no solo no eres más productivo sino que eres más peligroso, así que no merece la pena”.
En colaboración con los investigadores estadounidenses, que poseen sofisticados simuladores de conducción en los que se puede realizar un seguimiento de la actividad cerebral mediante electroencefalografía, los científicos de la Universidad de Salamanca han diseñado una serie de experimentos que demuestran la imposibilidad de fijar recuerdos en la mente de forma eficaz a la vez que se conduce.
Por ejemplo, se ordena a los participantes seguir a un coche en el simulador al mismo tiempo que van escuchando una serie de palabras que posteriormente tienen que recordar. El resultado es que los aciertos disminuyen y los falsos recuerdos aumentan significativamente con respecto a otras personas que han escuchado las palabras sin tener que conducir.
Claves de los falsos recuerdos
Al margen de esta línea de investigación en el terreno de la conducción, el equipo de Ángel Fernández Ramos lleva mucho tiempo trabajando en torno a los falsos recuerdos. “Es muy fácil hacer que alguien se acuerde de algo que no ha escuchado ni leído”, asegura. La psicología experimental realiza experimentos para manipular las variables que influyen en estas distorsiones de la memoria con el objetivo de entender las causas. “Si tenemos una lista de palabras en la que se incluyen términos como luna, estrellas y oscuridad, por asociación de ideas los sujetos creen recordar que también han oído la palabra noche aunque no sea cierto”, explica.
A lo largo de los años, el equipo de investigación ha realizado numerosas pruebas de este tipo con resultados reveladores. La edad es una de las claves que marcan las diferencias. “Los niños pequeños tienen más recuerdos distorsionados porque son muy influenciables y confunden fantasía con realidad, pero en algunos casos tienen menos errores porque no cuentan con la experiencia suficiente como para asociar conceptos”, comenta el investigador. Este tipo de investigación tiene interesantes aplicaciones en ciertos ámbitos, como los tribunales de justicia, por ejemplo, a la hora de discernir hasta qué punto el testimonio de una persona de corta edad tiene que ser considerado relevante en mayor o en menor medida.
Los experimentos también permiten analizar las estrategias que emplea el cerebro para recordar. Así, el número de errores desciende cuando el adulto que participa en el experimento está avisado de que tratarán de engañarle para que recuerde una palabra relacionada con la lista, lo cual le permite “marcar para recordar”, pudiendo identificar más fácilmente que noche no estaba entre las palabras escuchadas. Los niños no pueden hacerlo. Sin embargo, este tipo de monitorización mental suele fallar si el sujeto se ve presionado por otras circunstancias, como un tiempo muy limitado para responder.
En el caso de la conducción, “si les avisamos de que les vamos a colar una palabra para inducir el error, su número de fallos también baja, pero conducen peor”, advierte el científico de la Universidad de Salamanca. Los conductores frenan más tarde o tienen más despistes a la hora de tomar decisiones, como tomar la salida correcta, si tratan de ejecutar tareas paralelas relacionadas con la memoria.
Las conexiones de las palabras
Un aspecto derivado de estos estudios se ha convertido en otro interesante campo de investigación para este grupo, que forma parte del Instituto Universitario de Integración en la Comunidad (INICO) de la Universidad de Salamanca: la construcción de normas de asociación para las palabras. A una persona se le ofrece un listado de 250 vocablos para que escriba la primera palabra que relaciona con cada uno de ellos y, cuando el ejercicio es realizado por muchos sujetos, estadísticamente aparecen asociaciones muy fuertes como mesa y silla o carta y amor. De esta forma, se comprueba científicamente, de manera empírica y cuantitativa, que términos como luna, estrellas y oscuridad están relacionados con noche y en qué grado.
Los investigadores ya han construido las normas asociativas para más de 7.000 palabras en español y poco a poco las están poniendo a disposición de la comunidad científica, ya que las aplicaciones de este conocimiento son muy numerosas. “Se puede estudiar si en alzhéimer desaparecen primero las conexiones asociativas, como manzana y Eva, o las semánticas, como manzana y pera”, pone como ejemplo.
Además, el ser humano establece muchas más conexiones con las palabras que aprende más temprano, así que otra línea de investigación de este grupo analiza la edad de adquisición de las palabras. Las más antiguas en nuestra mente son más frecuentes en el idioma, se leen más rápido y producen más conexiones.