Los árboles jóvenes presentan mayor sensibilidad a los cambios climáticos
Víctor M. García/DICYT Para saber cómo será el futuro es imprescindible conocer el pasado. Esta máxima, que se aplica generalmente a la Historia, se cumple también en otros campos como la Ciencia. En unos tiempos donde el cambio climático es más que una amenaza, saber cuál ha sido el comportamiento del clima a lo largo de los tiempos se hace imprescindible para comprender mejor la evolución a medio y largo plazo. Muchos de estos datos se conocen gracias a las mediciones, pero para analizar periodos de tiempo tan grandes que permitan conocer la evolución climática son pocos, demasiado pocos, los años desde los que se tienen datos contrastados. Entonces, ¿cómo saber de manera más o menos fiable cómo era el clima hace cientos de años?
La respuesta, como no podía ser de otra manera, está en la propia naturaleza, más concretamente en los árboles y sus anillos de crecimiento. Estos anillos concéntricos, que todo el mundo ha visto alguna vez en el corte de un tronco, tienen una anchura que fluctúa año a año en función de factores endógenos y exógenos que han afectado a la planta durante su periodo de crecimiento. Los factores que modulan el crecimiento de los árboles son muy numerosos, pero el clima es, sin duda, el más importante y el más estudiado.
Fenómenos extremos
Por otra parte, no sólo a partir de los árboles vivos, sino también de los muertos así como de los numerosos restos de madera que están disponibles en construcciones antiguas y materiales arqueológicos, se ha podido llegar en algunos casos a reconstruir el clima que existía hace varios milenios, reflejando con gran exactitud los años concretos en que acontecieron fenómenos climáticos extremos, como grandes sequías. Estas inferencias suponen que los árboles que vivieron en el pasado respondieron al clima del mismo modo que los que viven ahora, y que los árboles no varían su respuesta al clima a lo largo de su vida. Este último aspecto es el que pone en cuestión el trabajo de investigadores del Centro de Investigación e Información Ambiental (CINAM) de Lourizán (Pontevedra) y la Escuela Univesitaria de Ingenierías Agrarias del Campus de Soria de la Universidad de Valladolid en un reciente trabajo aparecido en prestigiosa revista científica New Phytologist.
En los últimos años algunas investigadores han apuntado la existencia de diferencias en los patrones de respuesta al clima entre árboles jóvenes y viejos. En particular, los trabajos realizados con especies de coníferas en las montañas europeas indican que los individuos de mayor edad muestran una mayor sensibilidad al clima, esto es, que responden de un modo más intenso a las condiciones climáticas limitantes. Las hipótesis barajadas para justificar estas diferencias achacan esta mayor sensibilidad al mayor tamaño de los árboles viejos, al ser más altos resulta más difícil bombear el agua desde las raíces hasta las ramas superiores.
El grupo encabezado por Vicente Rozas y compuesto por Lucía de Soto y José Miguel Olano se propuso corroborar esta hipótesis en una especie de ambientes mediterráneos, la sabina albar (Juniperus thurifera L.), utilizando árboles cedidos por el Centro de Servicios Forestales (Cesefor) y el Ayuntamiento de Cabrejas del Pinar (Soria), con la particularidad adicional de que en esta especie se puede distinguir entre individuos masculinos y femeninos, por lo que además de la edad se evaluó el efecto del sexo sobre la respuesta al clima.
La sequía de verano
El trabajo viene a decir que los factores climáticos que limitan el crecimiento de las sabinas son básicamente los mismos para todos los árboles con mayores crecimientos durantes los años con abriles cálidos (cuando empieza a formarse el anillo) y meses de junio y julio lluviosos (la sequía de verano es el factor ambiental más limitante en climas mediterráneos). Sin embargo, la intensidad de la respuesta al clima variaba en función de la edad y del sexo de los individuos. Las sabinas jóvenes, es decir, las que tienen menos de 100 años eran mucho más sensibles a las sequías estivales y a los abriles fríos y este efecto era aún más intenso si además eran hembras. Por el contrario, los crecimientos de los machos jóvenes mostraban menor sensibilidad frente al clima, lo que indicaría que las sabinas machos y hembras siguen diferentes estrategias de uso de los recursos hídricos durante su dilatado periodo juvenil.
"Estos resultados confirman la existencia de una variación en la respuesta al clima a lo largo de la ontogenia de los árboles, pero apuntan en la dirección contraria de otros estudios previos, ya que en este caso la mayor sensibilidad se encuentra en los árboles más jóvenes, no en los más viejos", indican los autores del estudio. En este sentido, los científicos subrayan que el escaso tamaño que tienen las sabinas, puesto que rara vez superan los ocho metros de altura, hace que el ascenso de la savia bruta de las raíces a las copas no deba suponer un grave problema para los árboles más altos, "lo que refutaría el valor universal de la hipótesis de una limitación al crecimiento ligada a la altura de los árboles", según explican.
El sexo de los árboles | |
La existencia de señales climáticas diferenciadas en relación al sexo de los árboles "supone una novedad científica”, según los investigadores, “por cuanto es la primera vez que se demuestra este fenómeno, que aparece además ligado a la edad de los árboles”. Estos resultados, “lejos de desacreditar las reconstrucciones climáticas realizadas hasta la actualidad, dan pistas sobre como conseguir reconstruir los climas pasados con mayor fiabilidad y detalle, aplicando factores de corrección en función de la edad y el sexo de los árboles", indican los autores del estudio.En la imagen superior, detalle de las sabinas que se pueden encontrar en la provincia de Soria. |