Salud Brasil São Paulo, São Paulo, Lunes, 12 de septiembre de 2022 a las 14:06
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Las infecciones fúngicas elevaron la mortalidad de las personas internadas con COVID-19 en el mundo

Un grupo internacional de científicos presentó esta conclusión en un artículo publicado en la revista Nature Microbiology, en el cual se advierte sobre la urgencia de desarrollar nuevos fármacos contra los hongos

AGENCIA FAPESP/DICYT – Todos los días inhalamos miles de esporos de hongos potencialmente patogénicos, pero nuestro sistema inmunitario simplemente los elimina. Con todo, en las personas que se encuentran con su inmunidad comprometida –trasplantadas, pacientes en tratamiento contra el cáncer o internadas en Unidades de Terapia Intensiva (UTI)−, esta interacción entre patógenos y hospedantes puede ser bastante diferente.

 

Un ejemplo de ello lo constituyen los casos de infecciones fúngicas que emergieron durante la pandemia de COVID-19 y potenciaron la acción del SARS-CoV-2 en el planeta. Entre los pacientes acometidos con la forma grave del COVID-19 y simultáneamente infectados con el hongo Aspergillus fumigatus, la mortalidad llegó al 80 %.

 

Un grupo internacional de científicos realizó un estudio conjunto de la carga de esas coinfecciones (coronavirus y hongos) en el mundo durante la crisis sanitaria. Y ese trabajo, que salió publicado en la revista Nature Microbiology, emite algunas advertencias referentes a esta y a futuras pandemias.

 

“La cuestión central de los hongos consiste en que constituyen un problema de salud pública sumamente desatendido, con pocas opciones de tratamiento. En la actualidad existen más casos de muertes causadas por enfermedades fúngicas que por el paludismo y la tuberculosis juntas, por ejemplo. Por eso no sorprende que las enfermedades fúngicas hayan sacado ventaja en tantas personas internadas a causa del COVID-19”, afirma Gustavo Henrique Goldman, docente de la Facultad de Ciencias Farmacéuticas de Ribeirão Preto, de la Universidad de São Paulo (FCFRP-USP), en Brasil, y uno de los coordinadores del estudio, que contó con el apoyo de la FAPESP.

 

Aparte de la aspergilosis, una enfermedad causada por hongos del género Aspergillus, otros grupos provocan infecciones simultáneas al COVID-19. Los Mucorales son responsables de la mucormicosis, con registros fundamentalmente en la India y en Pakistán. Las levaduras del género Candida, a su vez, causan candidiasis y están presentes prácticamente en todo el planeta.

 

“La aspergilosis asociada al COVID-19 [ una condición denominada CAPA, por sus siglas en inglés] afecta en promedio al 10 % de los pacientes con insuficiencia respiratoria aguda ingresados en UTI. Los portadores de esa coinfección tienen dos veces más probabilidades de desenlaces fatales que los individuos infectados únicamente con el SARS-CoV-2”, informa Martin Hönigl, docente de la Universidad de California San Diego, en La Jolla, Estados Unidos, y de la Universidad de Graz, en Austria, primer autor del estudio.

 

Perjuicios y beneficios

 

De acuerdo con el referido artículo, la aspergilosis puede ceñirse a las vías aéreas superiores durante muchos días y puede contenérsela con antifúngicos. Pero una vez que invade los vasos sanguíneos de los pulmones, la mortalidad supera el 80 %, aun cuando se aplica la terapia antifúngica sistémica.

 

La candidiasis, que padecen casi que exclusivamente los pacientes internados en UTI, no es más frecuente en pacientes con COVID-19 que en internados por otras razones. Sin embargo, los hongos de una nueva especie emergente, Candida auris, preocupan pues son capaces de colonizar la piel. Parecen también ser los únicos transmitidos de persona a persona. Esta especie es resistente a todos los antifúngicos conocidos y, por estar presente en diversos ambientes, puede llegar fácilmente a pacientes con sondas, respiradores y otros aparatos invasivos de soporte a la vida existentes en los hospitales (lea más en: agencia.fapesp.br/36131/).

 

En tanto, la mucormicosis asociada al COVID-19 (CAM, por sus siglas en inglés) constituye un problema grave particularmente en la India, donde la cantidad de casos se duplicó con relación al período anterior a la pandemia. Los informes de esa micosis cobraron atención internacional en 2021, cuando se notificaron en ese país más de 47.500 casos solamente entre los meses de mayo y agosto. En esa oportunidad, el gobierno indio consideró a la mucormicosis una epidemia, a la que erróneamente se la denominó “hongo negro”, debido al aspecto del tejido humano necrosado a causa de la enfermedad. A decir verdad, los hongos negros forman parte de otro grupo, relativamente distante de los Mucorales, y no causan enfermedad en humanos.

 

En los pacientes con COVID-19, la mucormicosis suele aparecer en la zona de los ojos y la nariz, y puede llegar al cerebro. En esos casos, la asociación de ambas enfermedades tiene una mortalidad del 14 %. Por causar necrosis, en muchos casos esta infección requiere de cirugías que desfiguran a los pacientes. Cuando sobreviven, pueden perder partes del rostro y tener que afrontar diversos problemas durante el resto de sus vidas. Cuando la infección fúngica afecta a los pulmones o se propaga por el organismo, la mortalidad llega al 80 %.

 

“La prevalencia de esta micosis en la India fue del 0,27 % en pacientes hospitalizados con COVID-19, aunque puede aparecer con frecuencia en pacientes fuera de los hospitales, como aquellos tratados en casa con dosis muy altas de corticosteroides sistémicos, fácilmente disponibles para la población de aquel país”, comenta Hönigl.

 

El uso de ese y de otros tipos de medicamentos que disminuyen la actividad inmunitaria constituye una de las causas del aumento de las infecciones fúngicas en todo el mundo. Sin embargo, esta estrategia se ha mostrado exitosa durante la pandemia, pues los beneficios han superado a los riesgos. Así y todo, los investigadores advierten sobre la importancia de evitar la administración abusiva de fármacos inmunosupresores.

 

Como alternativa, durante la pandemia, algunos centros sujetos a un alto riesgo de aspergilosis implementaron con éxito la profilaxis antifúngica, mediante la administración de medicamentos antes incluso de la infección con esos agentes. Pero como los hongos suelen ser resistentes a la mayor parte de los medicamentos disponibles y no existen estudios clínicos suficientes como para evaluar esta estrategia, actualmente no se la recomienda.

 

“Los inmunosupresores constituyen un gran avance en la medicina, pues hacen posible que muchas personas dejen de morirse de cáncer y de enfermedades autoinmunes, e incluso permite que reciban órganos provenientes de otras personas”, aclara Goldman.

 

“Como efecto colateral, su aplicación aumentó sobremanera la incidencia de infecciones fúngicas. A excepción de algunos que son termotolerantes, como A. fumigatus, los hongos normalmente no soportan la temperatura corporal de los mamíferos y nuestra inmunidad innata los combate fácilmente, pero debido a la merma de la actividad inmunitaria para afrontar enfermedades altamente inflamatorias como el COVID-19, se abre un flanco para que ataquen”, dice.

 

Nuevos medicamentos

 

El calentamiento del planeta también abre el camino para que muchos hongos se adapten a las temperaturas más altas, con lo cual los humanos se vuelven más vulnerables. Por este motivo, los especialistas coinciden en que resulta urgente desarrollar nuevos fármacos antifúngicos. En la actualidad, existen tan solo cuatro tipos de estos medicamentos, en comparación con las decenas de distintas clases de antibacterianos, por ejemplo.

 

Otro problema reside en la dificultad de realizar los diagnósticos, que pueden tener un costo demasiado elevado para los estándares de países de bajos y medianos ingresos o no pueden concretarse a la velocidad necesaria como para señalar el tratamiento ideal.

 

Para cerciorarse con un 100 % de seguridad de la existencia de una aspergilosis, por ejemplo, es necesario realizar un estudio de broncoscopía, un procedimiento considerado demasiado arriesgado durante la pandemia de COVID-19. Sucede que la cantidad de fluidos humanos expelida durante el procedimiento es más que suficiente como para transmitir el SARS-CoV-2 al equipo médico y por eso se evitó su aplicación. Esto sugiere que las estadísticas sobre esa infección están subestimadas.

 

“Afortunadamente, surgen buenas noticias en cuanto al desarrollo de medicamentos en esta área, con varios nuevos tipos de antifúngicos que se encuentran en proceso de ensayos clínicos de fase II y III”, afirma Hönigl.

Con todo, los investigadores temen que estos nuevos fármacos no lleguen a todos aquellos que los necesitan, y que los tratamientos de punta sigan quedando restringidos a los países ricos, con lo cual perdurará la desigualdad que actualmente impera en lo que concierne a la disponibilidad de esos medicamentos.

 

“Ante ese panorama de calentamiento global, de pocos fármacos disponibles y de enfermedades que debilitan y causan epidemias y pandemias, volverán a ocurrir brotes de infecciones fúngicas. Urge contar con más herramientas para controlarlas y con más investigadores para estudiar a los diferentes hongos y sus mecanismos de acción”, culmina Goldman.