La Genestosa revela datos de una época muy desconocida de la historia
José Pichel Andrés/DICYT Después de los romanos y hasta bien entrada la Edad Media, “gran parte de la Meseta desaparece de la historia”, cuenta Iñaki Martín Viso, investigador de la Universidad de Salamanca y máximo responsable de la excavación de La Genestosa. La carencia de datos sobre estos siglos ha hecho pensar incluso en una despoblación generalizada, pero este enclave situado en la localidad salmantina de Casillas de Flores está aportando evidencias de lo contrario. Después de tres semanas de trabajo, acaba de finalizar la tercera campaña de excavaciones arqueológicas, que ayudará a comprender mejor cómo era la vida entre los siglos V y XII d. C. en el oeste de la península ibérica.
El hallazgo de tumbas excavadas en roca en el curso del arroyo del Mazo del Prado Álvaro fue el origen de estos trabajos arqueológicos, que hasta ahora se habían limitado a dos campañas, en 2012 y 2013. A pesar de aquel descubrimiento, “no habríamos apostado a que aquí había asentamientos poblacionales”, asegura el profesor de Historia Medieval. Ahora los investigadores saben que hay cuatro, pero todavía no conocen si son coetáneos ni si existe alguna relación entre ellos, según han explicado a DiCYT.
Tras el paréntesis del año pasado, la excavación se retomó este mes de julio en el marco del proyecto de investigación 'Colapso y regeneración en la Antigüedad Tardía y la Alta Edad Media: el caso del Noroeste peninsular' en uno de esos asentamientos, un poblado campesino donde aparentemente hay entre 14 y 16 cabañas con forma circular de época visigoda, de entre los siglos VI y VIII. Dos sondeos han permitido conocer en profundidad los restos de sendas construcciones.
Una de ellas es particularmente interesante. “El suelo no es de tierra compacta, como es habitual, sino que está compuesto por lajas de granito que podrían servir para aislar de la humedad, por lo que quizá fuese de un almacén de grano comunal”, especula Rubén Rubio Díez, codirector de la excavación. Curiosamente, tiene un muro exterior que la rodea separado de la cabaña en sí por un pasillo de dos metros. Su función es desconocida, pero cabe imaginarse que sostendría una techumbre cónica de madera o ramas que se apoyaría en las paredes de granito. En este lugar ha aparecido una fíbula, una especie de broche que se utilizaba para sujetar la ropa, y un hogar, donde se hacía fuego, que es anterior a esta cabaña visigoda.
De hecho, está claro que el enclave ya estaba poblado en época romana y los arqueólogos no descartan que las piedras de este asentamiento pudieran proceder del cercano castro prerromano de Irueña, en Fuenteguinaldo. En el segundo sondeo no solo han aparecido restos de una edificación romana, sino también la típica cerámica de color rojo brillante, conocida como Terra sigillata. “Probablemente, esta construcción data del siglo I d. C. y se abandona a principios del siglo III. Después los muros se caen y los campesinos construyen encima entre los siglos V y VI”, comentan los investigadores.
El contexto explica la existencia de estos asentamientos junto al arroyo. “Entre los siglos IV y V se produjo un pequeño cambio climático y este entorno se volvió más árido y más frío, así que la población colonizó nuevas zonas, buscando lugares inundables para tener pastos”, señala Iñaki Martín Viso. Es probable que la ganadería cobrase más importancia y hubiese una mayor tendencia a la deforestación.
Un paisaje distinto
De hecho, la influencia del ser humano sobre el paisaje es una de las cuestiones que los científicos quieren averiguar. El paisaje actual de la comarca de El Rebollar, formado principalmente por una especie de roble llamado rebollo (Quercus pyrenaica) es relativamente moderno y probablemente no se parece mucho al de hace 1.500 años. Para averiguar cómo era, serán clave los análisis palinológicos que está realizando el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) a partir de las muestras que le proporcionan los arqueólogos de La Genestosa. Los sedimentos encontrados en las distintas capas estratigráficas a medida que van excavando permiten analizar el polen de distintas épocas y averiguar qué tipo de vegetación predominaba.
La existencia de tumbas excavadas en roca –en esta zona se han encontrado más de 20– es un fenómeno común en la península ibérica y se explica dentro de un determinado ambiente social rural en el que solo las personas más poderosas y relevantes eran enterradas de esta forma. “Para el grupo social la tumba era un vínculo con su importante ancestro que servía para reclamar su dominio sobre un enclave estratégico, en este caso, junto al arroyo que les proporciona recursos”, apunta el experto. Aunque era una sociedad cristiana, la vida no se organizó en torno a una parroquia hasta siglos más tarde, de manera que las tumbas, siempre destacadas en lugares visibles, eran el principal monumento de la comunidad.
Todo ello ocurría en una zona rural que tenía escasa comunicación con lugares alejados. Mientras que en la época romana había amplias redes comerciales, como demuestra el hecho de que las cerámicas encontradas en La Genestosa proceden del este de la península, en los siglos posteriores no existen estas relaciones y los habitantes del poblado producen sus propios utensilios, por ejemplo, recipientes más toscos fabricados con arcillas locales. En este yacimiento, los objetos son los que proporcionan la mayor parte de la información, ya que la acidez del suelo impide la conservación huesos humanos o animales.
Una vez finalizado el periodo de excavación, aún queda mucha tarea por delante. Buena parte del trabajo de los arqueólogos consiste en registrar lo que van encontrando a través de una exhaustiva labor de documentación que incluye fotos, dibujos y la toma de todo tipo de medidas. Las dataciones por radiocarbono, basadas en el isótopo carbono 14, ayudan a poner fecha a los hallazgos. Posteriormente, todas estas evidencias serán recogidas en artículos de revistas científicas.
Reconstruir una forma de vida
“Este trabajo consiste en reconstruir la forma en que vivía la gente”, destaca Rubén Rubio. La verdadera arqueología no sirve para encontrar tesoros, inexistentes en una humilde comunidad rural, ni siquiera en habilitar este enclave para el turismo, sino en conocer mejor la historia de nuestros antepasados. Por eso, todo lo excavado vuelve a cubrirse de tierra, la única forma de preservar los restos hallados.
Dentro de un año, la Universidad de Salamanca volverá para excavar en otro de los asentamientos de la zona, conocido como El Pueblito. La gran pregunta es si los restos que salgan a la luz coincidirán cronológicamente con los ya estudiados. En cualquier caso, los investigadores esperan que las conclusiones de este trabajo se puedan extrapolar al conjunto del oeste de la península ibérica para explicar una de las épocas más oscuras de su historia.