Ciencias Sociales España , Salamanca, Viernes, 12 de septiembre de 2008 a las 17:50

i pequeña

Artículo de opinión de Miguel Ángel Quintanilla, catedrático de Filosofía de la Ciencia y director del Instituto de Estudios de Ciencia y Tecnología de la Universidad de Salamanca

DICYT Desde hace años asistimos, en toda Europa, pero especialmente en España, al uso masivo de la expresión I+D+i, con la "i pequeña" de innovación. Creo que el origen de esta moda hay que situarlo en la reacción de las autoridades y de los expertos en política científica, ante la llamada paradoja europea: en Europa hacemos buena ciencia académica, pero no obtenemos de ella los mismo beneficios industriales y económicos que otros países, como USA o Japón, saben obtener. El caso español es aún más obvio: buena o mala, ya tenemos una ciencia académica de cierta dimensión, pero la presencia del sector empresarial en el sistema nacional de ciencia y tecnología, a pesar de las mejoras recientes, sigue siendo escasa.

 

Para resolver la paradoja, se piensa, solo hay una solución: desplazar el énfasis de las políticas de ciencia y tecnología a las políticas de innovación. Para enfatizar este cambio de perspectiva, en España el IV Plan Nacional cambió de nombre de la noche a la mañana y en vez de llamarse Plan Nacional de Investigación y Desarrollo, como estaba previsto desde la Ley de la Ciencia (1986), pasó a llamarse, desde 1999, Plan Nacional de Investigación, Desarrollo e Innovación. Algún día habrá que hacer un balance de los pros y contras de ese movimiento táctico en la política científica de los gobiernos de Aznar. La mayor ventaja es que permitió crear una "cultura de la innovación" que impregnó a una buena parte de los empresarios españoles, a otra parte de la comunidad académica y a practicamente toda la clase política y mediática. El mayor inconveniente: el riesgo de que en el imaginario colectivo y en la agenda política y mediática termine subordinándose la investigación científica al éxito mercantil de corto plazo y la política cientifica a la política de incentivos a la innovación empresarial.

 

En la actualidad, este análisis de la paradoja europea no es ya tan alegremente compartido por todo el mundo. En el VII Programa Marco, de hecho, se han creado el programa Ideas y el European Research Council para incentivar de nuevo la "ciencia académica" del más clásico estilo europeo. Y en el VI Plan Nacional Español (2008-2011), se ha optado por no establecer áreas prioritarias para los proyectos de investigación fundamental y para las acciones de política científica más transversales (becas, movilidad, infraestructuras, etc.), decisiones que son más coherentes con una política científica de corte clásico que con la nueva política de innovación "postmoderna" que se supone que habría que potenciar.

 

Sin embargo la creación del nuevo Ministerio de Ciencia e Innovación, el anuncio de que la próxima Ley de la Ciencia será una ley integral de Ciencia e Innovación, y la inclusión de la política universitaria en ese mismo ministerio, separándola de la política educativa, son mensajes claros acerca de la dirección que va a seguir la política de "I+D+i" de nuestro país en los próximos años. Me surge la duda de si justamente ahora no será ya un poco tarde para andar un camino que otros países empiezan a desandar.

 

En mi opinión el problema fundamental que tenemos en España (y en menor medida en Europa) no es que nuestro sistema científico esté poco atento a las necesidades de la industria y de las empresas; el problema es que nuestro sistema económico y empresarial (y quizá la sociedad española en su conjunto) están poco atentos a las oportunidades que ofrece el sistema científico. Y en eso consiste la "i pequeña". El nuevo ministerio tiene la oportunidad de afrontar esta tarea con decision, pero debe evitar el riesgo de supeditar la política científica a las políticas de apoyo, a corto plazo, a la innovación empresarial.