Hackers contra el cáncer
AVPR/DICYT Las investigaciones para desarrollar nuevos fármacos más eficaces en la lucha contra el cáncer han acaparado los esfuerzos de los científicos en los últimos años. De hecho, muchas de estas investigaciones han dado sus frutos y han colocado en el mercado fármacos tan conocidos en el tratamiento del cáncer de mama y del cáncer de ovario como el taxol. Desde que en abril de 1994 la Administración de Drogas y Alimentos (FDA) de los Estados Unidos aprobase el uso del taxol en el tratamiento de casos de cáncer de mama muy avanzados, que no han respondido a las sesiones combinadas de quimioterapia, el nuevo fármaco se ha convertido en uno de los medicamentos más solicitados por las pacientes que sufren esta patología, incluso si tenemos en cuenta que sus efectos secundarios son tan agresivos como los de cualquier tratamiento mediante radioterapia o quimioterapia.
Primeros pasos en el desarrollo de un fármaco
La gran cantidad de años dedicados a luchar contra la enfermedad ha servido para encontrar una cura en la mayoría de los casos de cáncer, pero no para evitar los dolorosos efectos secundarios de los tratamientos. Éste es ahora el principal caballo de batalla de muchos grupos de investigación. Conocer los mecanismos que facilitan el desarrollo de un tumor es esencial para poder combatirlo. En esta línea está trabajando uno de los equipos del Centro de Investigación del Cáncer en Salamanca. El director de este grupo, el investigador titular del CSIC Faustino Mollinedo, puede incluirse en esa larga lista de científicos dedicados a la investigación básica, cuyo trabajo consigue abrir los ojos a otros colegas para desarrollar nuevos fármacos más eficaces y menos agresivos con los pacientes. Conseguir identificar nuevas dianas es un reto, porque “casi todos los fármacos que encontramos en el mercado, provocan la destrucción del tumor dañando el ciclo celular o el ADN”, asegura el profesor Mollinedo; esto es, afectan tanto a las células sanas como a las células cancerígenas. El equipo de Mollinedo ha obtenido logros interesantes en los últimos años. En el 97 pudo comprobar los buenos resultados de un compuesto tóxico para las células tumorales, la edelfosina, aunque hasta el momento no ha dado lugar a ningún fármaco. Pero, más que su descubrimiento en sí, lo realmente interesante han sido las nuevas sendas que se abren ante los científicos.
El modelo de los neutrófilos
Este estratega en la lucha contra el cáncer ha decidido centrar sus investigaciones en los neutrófilos humanos. Los neutrófilos son un tipo de leucocitos, los más numerosos en el organismo de los seres humanos, ya que constituyen entre un 40% y un 60% de la cifra total de glóbulos blancos que circulan por el organismo. Se trata principalmente de células fagocíticas, es decir, que destruyen y digieren organismos invasores. Para desempeñar la función que la naturaleza les ha encomendado en nuestro organismo, los neutrófilos emigran con gran velocidad a través de nuestro torrente sanguíneo hasta cualquier órgano o tejido en nuestro cuerpo. Un viaje para el que van bien provistos de todo un programa genético que les franquea la entrada a cualquier zona del cuerpo humano donde se detecta una infección.
La movilidad de un neutrófilo, esa capacidad de acceder a cualquier lugar de nuestro cuerpo para defendernos, ha servido de modelo a las células cancerígenas para comenzar un peregrinar a otros órganos en el momento en el que el cáncer se ha desarrollado lo suficiente. Es lo que se conoce como metástasis. Tantas similitudes han despertado la curiosidad del equipo del profesor Mollinedo: “Nos estamos preguntando ¿por qué estas células activan el mismo programa genético que un neutrófilo? Y siendo así, ¿tiene este programa algún fallo que lo haga vulnerable?”.
Programadas para morir
Responder a estas preguntas ha supuesto para el equipo del profesor Mollinedo un trabajo equiparable al de un hacker informático. Por el momento, la investigación ha revelado que las células tumorales no sólo emigran, sino que además se niegan a retirarse de los tejidos en los que se asientan, y algo más importante: se resisten a morir de forma programada. La muerte programada de una célula, lo que los científicos denominan apoptosis celular, son una serie de órdenes que se insertan en el ADN de cada uno de estos organismos y que se ponen en marcha cuando se dan determinadas circunstancias: cuando la célula ha cumplido su función deja de existir para no entorpecer el desarrollo del organismo. Un ejemplo que ilustra a la perfección este caso es la formación de un feto. Las células comienzan a definir sus funciones y a dar forma a los diferentes órganos, para ello algunas deben morir. Si imaginamos el desarrollo de una mano en un feto, las células que se encuentran ocupando los espacios interdigitales activan el programa de apoptosis y, a medida que desaparecen, se puede observar cómo surgen los dedos. El individuo muere por el bien del sistema y sin dañar ninguna de las células que existen a su alrededor. Un segundo caso de apoptosis es aquel que induce a una célula al suicidio porque ella misma detecta algún fallo en su programación que puede resultar peligroso para el organismo. Si al reproducirse la célula sufre una mutación en su ADN que no le permite desarrollarse correctamente, entonces se pondrá en marcha la maquinaria apoptótica.
Tal y como explica el profesor Mollinedo, “el gran problema de las células tumorales es que, de alguna manera, desactivan este programa y continúan reproduciéndose a gran velocidad, transmitiendo su defecto genético a sus descendientes”. También existen otros tipos de cáncer, como la leucemia mieloide crónica, que deciden atacar directamente uno de los genes inhibidores de la apoptosis. Su objetivo es causar un gran número de bajas en nuestras defensas, haciendo más vulnerable a las infecciones externas el organismo que las acoge. Estudiar cómo esta enfermedad consigue activar el programa de apoptosis es una segunda vía para terminar con aquellos tipos de cáncer que hemos descrito, donde las células se reproducen sin control.
Toda esta información, que puede despertar nuestra curiosidad, constituye un tesoro para médicos e investigadores, ya que su estudio permitirá desarrollar fármacos más específicos que podrían evitar los dolorosos efectos secundarios de los tratamientos con quimioterapia o radioterapia.