Un tesoro arqueológico de dieciséis mil años de evolución, en el interior de una cueva
CONICET/DICYT En el sitio todo existe desde hace miles y miles de años. Al subir al cerro que conduce a Cueva Huenul hay que pisar basalto, obsidiana y otras piedras de origen volcánico. En su interior, un grupo de investigadores encontraron las primeras piezas de un rompecabezas que permiten conocer la evolución de las especies, el ambiente y el clima de la Patagonia a través del tiempo.
“Se trata de un tesoro arqueológico que estamos estudiando desde hace seis años. Es un lugar excepcional que ha registrado en sus sedimentos evidencias históricas de los últimos dieciséis mil años y que marcan la transición a nivel planetario entre la era de las glaciaciones y los climas más cálidos que conocemos actualmente”, explica el investigador independiente del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Cuyo, Ramiro Barberena.
Este sitio -que mide unos veinticinco metros de largo-, ubicado a lo alto de un cerro al noroeste de la Provincia de Neuquén en la localidad de Barrancas y conformado geológicamente por piedras expulsadas a lo largo del tiempo por erupciones volcánicas, está repleto de huesos, rocas milenarias, pinturas rupestres y otros elementos que confirman como una prueba inequívoca que ese lugar fue utilizado por diferentes especies a lo largo del tiempo, que evolucionaron o incluso se extinguieron, pero en ambos casos dejaron huellas que aún perduran en la Cueva Huenul.
“En nuestras excavaciones encontramos información sobre las especies animales presentes. Hemos hallado excremento de perezosos gigantes tan bien preservados que permitieron determinar de qué se alimentaban”, afirma el científico.
Las investigaciones indicaron que estos animales herbívoros, que podían alcanzar un peso de unas tres toneladas y medir dos metros de alto, comían principalmente hojas de algarrobo y molle, entre otros arbustos presentes en la zona.
Un gran interrogante científico y que este estudio permite develar para esta zona de la Provincia de Neuquén es el por qué de la extinción de los Perezosos gigantes.
“Si bien la desaparición de estos animales coincide en el tiempo con la culminación del último periodo glacial y con el momento en el que empiezan a colonizar Sudamérica los seres humanos, en esta región de Patagonia nuestros registros aseveran que los hombres y mujeres que habitaron allí, llegaron unos 1500 años después de la extinción de la megafauna. Esto refuerza la hipótesis que señala al efecto del abrupto cambio climático que se produjo en esos tiempos como el causante de la extinción”, explica Barberena.
Las dataciones realizadas por los científicos indican que las primeras personas en ingresar al interior de esta cueva, lo hicieron unos 11 mil años atrás y desde ahí y a lo largo del tiempo, el sitio fue asiduamente visitado.
“Los escasos artefactos, restos de comida y de fogones son algunas de las evidencias de esos humanos que colonizaron esta región de desiertos en Patagonia”, indica el investigador.
Sin embargo, los objetos encontrados no son el único registro. Las paredes de la cueva aportan información a través de decenas de pinturas rupestres; el desafío para el equipo multidisciplinario de científicos es comenzar a decodificar sus mensajes y contrastar estas imágenes con otras evidencias halladas en la cueva.
“Las paredes son otro documento histórico donde los humanos fueron dejando sus marcas y sus dibujos a lo largo del tiempo. La vasta cantidad de pinturas encontradas nos permite pensar que esta cueva no fue utilizada solo para reparo o para la realización de comidas sino también para actividades propias de una esfera que podemos denominar ritual”, asegura Barberena.
Para los científicos es muy difícil poder comprender el significado específico de las representaciones pictóricas, sin embargo, como grandes detectives del tiempo y de la historia, fueron encontrando pistas adentro de la cueva e incluso en otros sitios. Este hallazgo les permitió establecer ciertas hipótesis vinculadas a la funcionalidad de las pinturas.
“En la Cueva observamos una serie de motivos geométricos que pueden verse también en otras zonas del norte de Neuquén. Creemos que estas pinturas en particular no responden a un interés artístico, sino que sus autores buscaban entablar algún tipo de comunicación. Entender por qué estos motivos aparecen en determinados lugares y no en otros, será el primer paso para poder descifrar el significado de la información que se estaba transmitiendo y de este modo empezar a conocer y a interpretar la forma de pensar de estos primeros habitantes de la Patagonia”, concluye.
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A primera vista todo parece inaccesible. La localidad de Barrancas se ubica en el límite norte de la Provincia de Neuquén, bordeando la inmensidad de la Cordillera y los volcanes Tromen y Payún Matrú, que asoman cercanos y terminan de decorar un paisaje que al amanecer y en invierno, donde las temperaturas son bajas, suele tornarse gris. Sin embargo, si la vista es más aguda, su localización sobre la ruta 40 convierte al sitio de forma inmediata en un destino de inmenso potencial turístico.
Esta ruta, la más extensa del continente, comienza en la Provincia de Santa Cruz y culmina en la ciudad de la Quiaca en Jujuy, paralela a la Cordillera de los Andes.
La ubicación por un lado, pero sobretodo el convencimiento certero de los investigadores y de las autoridades locales de que los saberes científicos y la belleza del paisaje son cualidades que merecen ser preservadas y compartidas con la humanidad, es el motor que los empuja a impulsar el desarrollo de un parque arqueológico, paleontológico e histórico y la construcción de un museo en la región.
“Este proyecto busca ser tanto para turistas como para los habitantes de las propias comunidades cercanas: la puerta de acceso a una historia natural de millones de años y a miles de años de historia humana que gran parte de la sociedad aún desconoce”, describe Barberena.