La extinción de un mamífero legendario
MNCN/DICYT El siete de septiembre de 1936 se truncó una rama del árbol de la vida que ahora sólo puede verse en los museos. El tilacino (Thylacinus cynocephalus) era el último superviviente de una familia antigua y muy diversa de mamíferos marsupiales y un excelente ejemplo de evolución convergente. El Museo Nacional de Ciencias Naturales (MNCN-CSIC) exhibe un bello ejemplar procedente de una tienda británica que forma parte de la historia de la taxidermia.
Son numerosas las especies que han desaparecido desde que los europeos llegaron a Australia, aproximadamente un tercio de las extinciones contemporáneas de mamíferos han ocurrido en ese continente, pero ninguna de ellas ha suscitado el interés del tilacino. Mucho antes de que aparecieran los colonos europeos, los aborígenes australianos coexistieron durante miles de años con este singular mamífero. Su existencia ha quedado reflejada en el arte rupestre y en el folklore. Aunque también se le conoce como tigre de Tasmania, por las rayas de su pelaje, o lobo marsupial, por su apariencia de perro, no tiene nada que ver ni con tigres ni con lobos.
La primera descripción de este mamífero australiano la publicó el gobernador Willian Paterson en la Sydney Gazette and New South Wales Advertiser en 1805. Sin embargo, la primera descripción científica se la debemos al topógrafo inglés G. P. Harris (1808), que le dio el nombre de Didelphis cynocephala, asignándolo el género creado por Linneo para los marsupiales americanos. Dos años después el paleontólogo francés E. G. Saint Hilaire lo colocó en el género Dasyurus, y en 1824 fue el zoólogo holandés C. J. Temminck el que finalmente lo incluyó en el género Thylacinus.
Los tilacinos tenían el aspecto de un perro de mediano tamaño, con el pelaje denso y corto de color marrón claro y una cola rígida. Se distinguen de los perros fácilmente por las rayas de su espalda, tienen entre 13 y 22 bandas marrón oscuro, pero son semejantes en el tamaño, la estructura corporal y la dentición. Sin embargo, son animales marsupiales, por lo que sus crías nacen en una etapa muy temprana del desarrollo y las llevan en una bolsa (el marsupio) como los canguros.
El lobo marsupial es un ejemplo clásico de evolución convergente. Ocupó en Australia el nicho ecológico que los cánidos ocupaban en el Hemisferio norte, para lo cual desarrolló rasgos similares: dientes afilados, mandíbulas poderosas, talones levantados y la misma forma corporal. Un rasgo característico del tilacino, y único entre los mamíferos, era la capacidad para abrir la mandíbula hasta 80 grados. Probablemente se alimentaban exclusivamente de carne, al igual que los grandes cánidos.
Una anécdota que ilustra la similitud entre el cráneo de tilacino y el de perro, la cuenta el conocido biólogo británico Richard Dawkins en "The Ancestor's Tale: A Pilgrimage to the Dawn of Evolution". Dawkins comenta que los estudiantes de zoología de su generación de la Universidad de Oxford tuvieron que identificar 100 especímenes como parte del examen final. Pronto se corrió la voz de que si alguna vez se encontraban un cráneo de perro, tenían que identificarlo como tilacino, porque algo tan obvio como un cráneo de perro debía ser un farol. Pero sucedió que un año los examinadores sí prepararon una trampa y pusieron un cráneo de perro auténtico.
La extinción del tilacino constituye, sin ningún género de duda, una página negra de la historia del siglo XX. En la noche del siete de septiembre de 1936 murió Benjamin, el último tilacino conocido, en el zoo de Hobart (Tasmania). Las circunstancias que rodearon su muerte, probablemente por una negligencia, añaden más agravio a su deceso. Pero, lo cierto es que el último ejemplar silvestre había sido encontrado muerto en una trampa en 1933. Y tres años antes había sido cazado con un rifle uno de los últimos tilacinos que aún vivían en libertad.
Hay que retroceder a finales del siglo XIX para entender el dramático declive de este marsupial, en el que la llegada de los colonos, con sus granjas de ovejas, sus perros y sus armas de fuego, tuvo una influencia decisiva. Entre 1888 y 1909 el gobierno de Tasmania estableció un sistema de recompensa por el que pagaba una libra por cada tilacino adulto muerto y diez chelines por una cría. Como consecuencia de ello miles de animales fueron exterminados; se les consideraba una amenaza para el ganado. Se da la paradoja de que se dictó una orden de protección el 10 de julio de 1936, 59 días antes de que Benjamín muriera.
Lo que ahora se sabe, es que la historia del tilacino es la crónica de una muerte anunciada. Los últimos análisis genéticos han confirmado que la población de tilacinos en Tasmania tenía una diversidad genética muy baja antes de su extinción, posiblemente como resultado de su aislamiento geográfico de la Australia continental hace aproximadamente 10.000 años. Su desaparición fue el resultado de un cóctel explosivo en el que se mezclaron una persecución humana implacable, la competencia con perros, la pérdida de hábitat y una epidemia que diezmó la población en la década de 1920.
Han transcurrido cien años desde que el Museo adquirió el fantástico ejemplar de tilacino que exhibe en sus salas. Fue comprado en la tienda londinense de Rowland Ward Ltd., que era la más famosa de Europa en aquel momento y a la que se conocía como "la jungla". La factura, fechada el 28 de diciembre de 1917, se conserva en el Archivo del MNCN. Por esta pieza se pagaron 618 ptas. de la época (3,71€ al cambio actual).
Aunque el tilacino ya no existe, el interés generado por esta especie se mantiene intacto. Actualmente existe una base de datos internacional de ejemplares de tilacino, en la que se reúne información de todos los especímenes que existen en las colecciones de todo el mundo, incluido el del MNCN. Además hay un proyecto para recuperar el genoma de los tilacinos que se conservan en museos y otro proyecto para explorar la posibilidad de clonarlo usando material genético de los tejidos preservados. También existe un excelente museo online The Thylacine Museum que te invitamos a visitar si deseas conocer mejor a este fantástico animal.